Gárgolas insomnes

Octubre 31 de 2005

Algunas mujeres pretenden convencerte de que llegar a los cuarenta años de edad es una gran desgracia, una verdadera tragedia. "Debería darte vergüenza", espetan a su modo. Y por alguna causa inexplicable, indescifrable (al menos para mí), semejante aberración es siempre femenina. Quizás el alcoholismo, el perpetuo desempleo, las depresiones cíclicas, la ansiedad, la angustia, las crisis de soledad, la decepción, los arranques de ira incontenible, la dependencia afectiva y económica, la acumulación de amargura, resentimiento, odio y rencor, la franqueza, la sinceridad, la autenticidad, la transparencia... quizás mi anacronismo, esta estúpida falta de correspondencia con la época... Quizás todo eso es una absoluta vergüenza; no mi edad. Hacer añicos un departamento es vergonzoso a cualquier edad, ¿o qué: debí abstenerme de llegar a los cuarenta por tener entre mis vorgonzosos haberes la violencia? Ahora resulta que nomás salgo a la calle y me cae encima la policía. Nunca me asaltan los que llaman asaltantes; me asalta la policía, o sea, la mafia uniformada y bien armada... de segura impunidad. Esa mierda me asalta, salta a cada rato sobre mi inflamado hígado y mi juanete imaginario, me hostiga, me acosa, me sigue y me persigue, me molesta, me aburre, me incomoda, huele mal, es gente de cerebro escaso, de moral escasa, de ética escasa, de honestidad escasa... es escasa pero abunda: levantas una piedra y allí está, la mosca se vierte y convierte en chinche o cucaracha, regresa a su origen natural. Como dice mi querido y admirado Joan Manuel Serrat, "entre esos tipos y yo hay algo personal".

Mi delito es vivir. Mi delito imperdonable, inconmensurable (detesto esta palabra) es haber bebido dos mil botellas de vino (repito: 2 mil botellas de vino) y otras tantas de tequila y otras miles de cerveza, y seguir "vivo"... así, entre comillas, porque esta pesadilla no es vida ni es nada (ya quisiera ser nada, carajo, brincos diera), es la negación del suicidio o la eutanacia, y una gran capacidad de sacrificio, llevada hasta sus últimas consecuencias.

[] Iván Rincón 12:50 AM

Octubre 28 de 2005

¿Hasta dónde llevará su exhibicionismo esta mujer?, me pregunté. "No uso ropa interior", dijo. "Eso es evidente", le reclamó su madre. "¿Para qué se lo dices? Tu impudicia es transparente. Pareces una putita". Y entonces noté que una minúscula gota de sudor corría, recorría su pecho. De antología: la indiscreción de mi mirada la ruborizó. Esto no puede ser, pensé. "Ven a verme más seguido", pidió su voz, débil, mucho menos sensual que otras veces. "Te veo todos los días, a cada rato, cada vez que te exhibes, digamos, 48 veces al día".

-¡Eres una pinche golfa de mierda, que no sirves más que para eso, porque ni un estúpido plato lavas! -espetó su mamá.

-¿Nos vamos? Ya no soporto a esta vieja, gorda y amargada, envidiosa y mal cogida.

-¿A dónde vamos?

-A tu casa, por favor y por una vez en la vida. Vamos para que me hagas tuya. Vamos para que me hagas lo que quieras, lo que se te ocurra. ¿Quieres tomarme video? ¿Tomarme fotos? ¿Tomarme? ¿Venderme a tus amigos por un módico precio? Me amarras a la cabecera y pones una corbata en mis ojos, me desnudas y dejo que venga lo que venga. No tengo que ver nada. Lo huelo, escucho y siento el temblor de las manos cuando me tocan. ¡Llévame!, ¿sí?, hazme tuya y de todos por una chingada vez en tu alcohólica y solitaria vida.

-Te estoy viendo el pubis, con pelos y señales, carajo. ¿Nunca has tratado, intentado, ser un poco discreta?

(Y pensar que un tipo se suicidó por ella... neta, neta, neta).

-Vete al carajo, Nike. Tienes dos años de no recibir a nadie. ¡Puta madre! ¿Con quién cojes?

-Cojo con tu mamá. ¿No lo crees? ¿Quieres verlo?

Entonces traté de tomar su mano, y la retiró. Sondeé sus labios, carnosos, húmedos y más apetecibles que nunca, pero tampoco... Y en medio del trajín de la cocina se asomaba un trasero inmenso, monumental. Preso por la mirada de una "putita" de catorce años, caminé hacia las nalgas siderales de su madre y embarré mi indecencia en ella. La mujer reaccionó mucho mejor de lo que yo esperaba -una cachetada, un sartenazo o algo así-, o sea, con disposición, con beneplácito, con complacencia. Y la "putita" de catorce años dijo con la mirada que eso era precisamente lo que esperaba, y se durmió. "¿Cuántos años tienes, Nike?", me preguntó su madre. "Diez menos que tú y el doble de tu hija", respondí con precisón matemática.

-Mírala. Tenía que dormirse enseñando las tetas y la entrepierna. Se aprovecha.

-¿Se aprovecha de quién y de qué?

-De su juventud.

-¿Enseñando las tetas y la entrepierna, a quién?

-A los amigos que están por venir... ¿me ayudas? ¡Rompe un poco de hielo, por favor!

[] Iván Rincón 1:52 AM

Octubre 25 de 2005

No hay peor pesadilla que el insomnio, y Trevor Reznik no ha dormido desde hace un año. La falta de sueño ha reducido su cuerpo a los huesos y está mermando su salud mental hasta el delirio. Aunque un rostro demacrado es fácil de conseguir con maquillaje, el actor Christian Bale perdió treinta kilos para tener el aspecto cadavérico del complejo personaje creado por el guionista Scott Kosar, y recuperó su peso en músculos para encarnar después a Batman.

El "maquinista" es un obrero que observa cotidianamente su desgaste físico sin distorsión alguna, pero cae en las trampas de la memoria, también deteriorada, como acudiendo a la evasión o al autoengaño para soportar el peso de la culpa. Las alteraciones imaginarias de una monótona y repetitiva realidad y su confusión con las circunstancias de un accidente de trabajo crean aquí la sensación de paranoia que nos transmitiera Roman Polanski en 1976 con El inquilino, influencia que, junto con la de Alfred Hitchcock y David Lynch, reconoce Brad Anderson, el director de la cinta, como recurso publicitario.

Trevor sube diariamente a una báscula que nunca aparece en la pantalla, y anota su peso en post its más que recurrentes. El diario registro de su pérdida pasa de las 142 a las 119 libras (unos 55 kilos), preocupantes para alguien que mide 1.80 metros, por lo menos. Y en vez de kilos son libras porque la producción de la película es española. Inclusive fue rodada en Barcelona, ciudad laboriosamente disfrazada de Los Angeles, en donde tiene lugar la historia.

Agobiado por la soledad, ante el abierto rechazo de sus compañeros, el esquelético Trevor busca refugio en el lecho de la carnosa Stevie (Jennifer Jason Leigh), una prostituta que le brinda afecto y comprensión. No es la primera vez que Jason Leigh hace el papel de prostituta. En una secuencia memorable de Ultima salida a Brooklyn (1989), de Uli Edel, la carnada de unos jóvenes asaltantes procura parecerse a Marilyn Monroe y acaba fornicando, en medio de una borrachera de antología, con toda la concurrencia masculina de un bar.

Según la tradición cristiana, el camino al infierno está del lado izquierdo, y el ánimo autodestructivo de Trevor lo lleva siempre por allí. A la izquierda, por ejemplo, está el aeropuerto en donde Trevor bebe café todas las noches, atendido por María (Aitana Sánchez-Gijón), una mesera de trato cálido en ese frío lugar. La Ruta 666 del parque de diversiones se bifurca y el pequeño hijo de María toma la "autopista al infierno" por la izquierda, en compañía de Trevor. El alcantarillado del metro -subterráneo del subterráneo- se bifurca también y Trevor opta por la oscuridad del lado izquierdo al huir de la policía cuando por la derecha iluminada se aproxima la sórdida sombra de un indigente. Nada es casualidad, sino coincidencia. El brazo que pierde un obrero por la distracción de Trevor es el izquierdo. La mano contrahecha de Ivan (John Sharian), alter ego de Trevor, es la izquierda. La pesadilla de Trevor es siniestra. Y los relojes marcan insistentemente la una y media. Uno de ellos -el de la cafetería del aeropuerto- mide el paso de un segundo, ida y vuelta, para marcar siempre la una y media, y esta simbólica escena dura precisamente un segundo.

El Pontiac de Ivan es rojo y convertible. El coche de juguete que maneja el hijo de María en el parque también lo es. El que recuerda Trevor en una foto de su infancia es idéntico (de hecho, es el mismo). Trevor entra a rastras al edificio de Stevie y en el fondo se observa un coche de juguete, rojo y convertible. A pesar del contraste con el tono azul de la película, estas concordancias pueden pasar desapercibidas a primera vista, ya que es hasta el final cuando todo tiene una explicación, y el espectador obsesivo decide ver la cinta más de una vez.

Las sutiles pistas del juego surgen desde un principio fragmentado con cierta dosis de humor negro. "¿Quién eres?", pregunta alguien detrás de una lámpara que alumbra el estragado rostro de Trevor. El hombre de la lámpara no quiere saber qué hace; pregunta quién es, y algunos reconocerán su voz más adelante. La lámpara vuelve a mostrarse en primer plano, ahora apagada, mientras Trevor se lava las manos. Es natural que alguien acuda al lavabo luego de envolver un cadéver en un tepete y arrojarlo por un muelle, pero como todos los que padecen de culpa, insomnio prolongado o síndrome de abstinencia, Trevor tiene complejo de Pilatos. No consume "drogas fuertes", pero su aspecto es el de un cocainómano, pues sufre los dos primeros males, y lava sus manos compulsivamente a cada rato. La secuencia del principio se repite al final, pero el tapete se desenrolla y no hay nadie allí. El supuesto cadáver sostiene una lámpara en la mano y, arrojando luz hacia Trevor, le pregunta lo mismo que una de las notas pegadas en la puerta del refrigerador y las paredes del apartamento: "¿Quién eres".

Christian Bale tomó tan en serio su papel en esta cinta que, además de una asombrosa transformación corporal, logró que la compleja personalidad de Trevor resultara convincente. Y Scott Kosar, por lo visto, conoce tanto el insomnio como para llevarlo hasta sus última consecuencias. El "idiota" (Dostoievski dixit) no podrá dormir mientras tampoco asuma su culpa. Entre los horrores de la Ruta 666, hay un hombre ahorcado y un letrero de "culpable". Ni Oliver Stone, como guionista y director, pudo hacerlo mejor. Algunos de los post its que nuestro insomne amigo encuentra pegados a la puerta de su refirgerador juegan al ahorcado. Abajo del dibujo hay una palabra por completar. El Pontiac rojo de toldo negro que, según la mentira de Trevor, lo embistió, en realidad es suyo y atropelló a un niño. "Malditos los que se dan a la fuga; deberían ahorcarlos", comenta Stevie mientras lava las heridas de Trevor. Humor negro, muy negro, pero sutil. Creo que esta es la palabra clave para definir el cine que lograron Anderson, Kosar y Bale, incluyendo al productor, por supuesto, Julio Fernández. Para captar las sutilezas -que apelan a la inteligencia, la sensiblidad, la percepción- hay que ver esta cinta más de una vez.

Las cosas que Trevor observa en el departamento de María -un viejo aparato de sonido, un muñeco de hojalata, un plato de cristal cortado- son las mismas que empaca en su propio apartamento antes de entregarse a la policía. "La cocina está al fondo del pasillo, del lado izquierdo", indica María para que Trevor vaya por otra copa de vino (algo más que inusual), y Trevor repite el gesto que inicia su relación imaginaria con un ser real, como diciendo: esto me parece conocido.

-Un poco más delgado y desapareces.

En muchos sentidos, El maquinista es comparable con Taxi driver (1976), de Martin Scorcese. El personaje, en este caso, también padece de insomnio y sufre un deterioro mental que lo lleva a la violenta locura de quien destruye todo a su alrededor con tal de renovarse, y lo consigue... sin salir de la mediocridad. Es un "drama psicológico", dicen los pedantes que opinan de cine porque les pagan, y tienen razón. Pero también es un thriller, mezcla de suspenso, intriga y humor negro, que rescata, recupera lo mejor del cine sutil de los setenta (El inquilino, para mi gusto, es lo mejor de aquella época). El maquinista nos hace confundir, como la envejecida mente de Trevor Reznik, realidad y ficción. Se trata de una "extraña rareza", valga la redundancia, quizás una obra de culto, algo singular.

[] Iván Rincón 8:24 PM

Septiembre 13 de 2005

A veces hay que tocar fondo para salir a flote y respirar otra vez, como de nuevo. A veces hay que morir para volver a nacer. Hay que destruirnos totalmente para crearnos de nuevo, todo de nuevo. Si la palabra crisis se escribe igual en plural que en singular es por la misma razón que la palabra caos no tiene plural, a saber, que lo abarcan todo para no dejar nada, nada más que el lugar del origen, todo otra vez, desde el principio. Por eso el Ave Fenix. Y por eso la secuencia de fracasos y triunfos, derrotas y victorias, caídas y levantamientos armados. Por eso, como el primero, el último delirio del suicida es creatividad. La vida y la muerte son lo mismo, son un ciclo, una espiral.

[] Iván Rincón 8:09 PM

Septiembre 3 de 2005

Me hallaba leyendo en la tranquilidad de un café de la Roma inundada por las recientes lluvias (me refiero a la colonia esa, en donde habita la comunidad de gusanos seductores), cuando una inmensa mosca prorrumpió en mi mesa, irrumpió y rompió el silencio imaginario con histérica estridencia, y corrompió la atmósfera, volando como demente de un lado a otro y sin tregua, sin descanso y sin sentido, lo cual me recordó a la gente inoportuna, impertinente y estúpida, que invade nuestra soledad, contamina todo lo que toca y lo que no toca, hace notar su presencia con insistente molestia, sin aportar nada a nadie, ni un pinche ápice, y no inspira más que asco, repugnancia, repulsión... gente que no merece una limosna de respeto, ni dos, ni siquiera llamarse gente.

Cuando mi odio repuntaba, el insufrible insecto se me acercó demasiado y reaccioné instintivamente con un golpe súbito en el aire que arrojó su gordo cadáver al suelo. Causa y efecto, pensé. Debí hacer esto desde el principio, antes del origen. Reflexioné mi soliloquio cinco segundos, quizás menos, y seguí leyendo, como si nada.

[] Iván Rincón 6:52 PM

Septiembre 2 de 2005

"Por nada merecemos tener estos hijos", le dijo el cardiólogo de familia a mi padre cuando salían ambos del consultorio. "¿Y qué hicimos nosotros, además de nacer, para tener estos padres?", le pregunté al cabrón. "Nada", respondió; "por eso quiero tanto a mi viejito". Vaya, pensé, por lo menos es congruente. Y entonces me fui con mi padre a comer por allí cerca, en donde una mesera apetecible no es mesera realmente sino puta. Mi papá sufrió otro infarto y el cardiólogo también, y yo sigo aquí en la cama... de la mesera-puta.

[] Iván Rincón 5:57 AM